domingo, 16 de noviembre de 2008

El autorretrato

Pocos fotógrafos han eludido la tentación de retratarse. Como las autobiografías, el autorretrato se presenta a merced de los dictados de la fábula. Cualquier otro propósito no deja de ser una mentira piadosa sobre lo que pudo sin ser, el deseo o la celebración de lo irreparable: tiempo perdido.
Biografía e imagen tienen razón plena y legítima en la impostura de la identidad: Biographical Memoirs of Extraordinary Painters (1780) William Beckford, Vies imaginaires (1896) Marcel Schwob, Vida de Manolo (1927) Josep Pla, Jusep Torres Campalans (1958) Max Aub. Una y otra están al servicio de ese parecido tan improbable como imposible, decisivo en los artistas para quienes autorretrato y transfiguración son una misma cosa: Claude Cahun, Pierre Molinier, Cindy Sherman, Sophie Calle...La verdadera dimensión del autorretrato pertenece al artificio de la pose, edificar visión y visibilidad a un tiempo. Su signo es el de la mirada desasida, que trata ya de imaginar desde antes e imaginar para después.
Foto. Luis Baylón, No hay color (autorretrato), calle Bravo Murillo (junio 1999)

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