miércoles, 26 de noviembre de 2008

Baudelaire


No es de extrañar, contrariamente a lo que podría uno imaginar en un principio, que Baudelaire aceptara de buen grado posar para Nadar y Carjat en no pocas ocasiones. Cede al deseo, sobre todo ante Nadar, de contar con la pose su tiempo deshilachándose.
Baudelaire joven aparece distante. Nadar lo fotografía en 1855 en un sillón, un poco repantingado, apoyándose ligeramente en la mejilla con la yema de los dedos. Su mirada es todavía indirecta; todavía porque a lo largo de las imágenes se extiende un movimiento de rotación que termina consumiendo su tiempo en el retrato de última hora. Sus ojos se encaminan hacia la frontalidad abierta, clara, a la vez que el torso se incorpora, sorprendentemente, para explicar una decidida compostura vertical.

Llega, con las sombras, la mirada oscura. Los cabellos cortos crecen y las facciones se adelgazan (fotografía de Etienne Carjat hacia 1862). Unos labios invariablemente escuetos, siempre sellados en el mismo rictus. Sólo la indumentaria se perpetúa —la camisa, el lazo—, lo cual confirma que se trataba de un encuentro, que el poeta sabía desde el retrato prematuro la indumentaria del hombre, su rostro primero, ya que los precedentes nada más decían el preámbulo.
Foto. Etienne Carjat, Baudelaire (ca. 1866)