miércoles, 3 de diciembre de 2008

Con nombre y apellidos


En cualquier caso, sólo es posible un único retrato, el de los rostros íntimos: Ernestine Nadar, Jacob Israel Avedon, Scianna y su amigo Michele Toja. El retrato tiene siempre nombre y apellidos. Cuando el rostro fotografiado carece del lastre que otorga la memoria, la figura representada pasa a constituirse inevitablemente en fórmula, fórmula de algo: social, histórica, política, cultural, antropológica, estética... Ocurre con las fotografías de rostros anónimos, donde las personas —con su nombre—, pasan a ser personajes, arrastrados e inmersos en el espacio de la fabulación.
Foto. Pedro Avellaned, Antonio Molinero, crítico fotográfico heavy melancólico, Retratos de un tiempo diverso, Museo Pablo Serrano (2001)
Justo lo contrario de aquellos rostros pertenecientes a las candilejas de la fábula —estrellas de cine, artistas, políticos famosos, hombres de ciencia ilustres— en donde el retrato pretende hacer de esos personajes, que han tenido nombre sobre todo, personas, insuflar a sus imágenes los tintes de la propiedad hasta identificarse con la creencia ilusoria de lo personal. En Pedro Avellaned ambos territorios se confunden en una tierra de nadie que tercia entre ficción y mentira. El verdadero retrato tiene carácter singular; los demás, en realidad, son escenificaciones, y en función del convencimiento, de la singularidad con la que se impongan, el efecto de unicidad sobre el rostro fotografiado será mayor, y su veracidad, por lo tanto, más verosímil también.